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miércoles, 8 de octubre de 2014

Soliloquios

        



Me gustaría decirte que agonizaba la primavera cuando se descerrajaron los silencios. Y ahora que el estío angosta las hojas verdes tiñéndolas de pardos descoloridos, te he desterrado de mis sueños. Y que aquellas pesadillas que velaban mi vigilia se han escondido en su guarida y ya no ladran ahora que solo alcanzo a vislumbrar el mudo eco de los lamentos. Que no llores por mí, porque desempolvé mis alas de gaviota, afiné mi canto de jilguero, me perfumé con el aroma del almizcle, limpié mis legañas con agua de azahar y alcé nuevamente el vuelo. Que si tú supieras que azul se ve el mar desde el cielo, que verde los prados y que negros los cementerios. Que cuando estoy perdida y no me encuentro, cuando en la playa el mar cubre la arena, ya no busco tu recuerdo entre las olas y piso los epitafios que escribimos con nuestros besos.


Pero no puedo.


Porque aún tu voz resuena entre mis ecos con tu descaro pudoroso pidiéndome un beso.
Y porque esta grandilocuencia va en contra de la misma esencia de la franqueza.

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