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viernes, 14 de febrero de 2014

Factotum

        

«Si yo fuera un hombre de verdad, pensé, la violaría, le prendería fuego a sus bragas, la obligaría a seguirme por toda la superficie del planeta, haría que se le saltasen las lágrimas con mis cartas de amor escritas en fino papel de seda de color rojo».


-Charles Bukowksi
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Cartas marcadas

        



Conocíamos el juego. Las reglas estuvieron marcadas desde la última luna llena. Dos perfectos jugadores con más trampas que años a sus espaldas. Cara a cara. Por eso sabía que iba a perder mucho más de lo apostado. Tú también lo sabías. Y me asusté ante la impasibilidad de tus ojos. Huí. Corrí. Muy lejos. Tanto como me permitieron mis fuerzas. Tanto como me permitieron mis ganas. Entonces me di cuenta de que nunca me había sentido tan viva. La sangre volvía a fluir por mis venas; era pura adrenalina. Quería perder, quería caer, ser tuya, aunque fuera una trampa sin posibilidad de escape. Sentir el sabor agridulce de la derrota, de quien sabe que lo ha perdido todo, hasta el nombre. Un estremecimiento profundo en las entrañas. Un dolor placentero en el alma. Pero ya era tarde, me dijiste. Te habías ido. En la distancia aún te veía. Tan lejano, frío, impasible. Siempre la misma partida. Siempre distintos jugadores. Débiles lazos aún me ataban a ti, pero no era suficiente. ¿Alguna vez algo lo es?


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miércoles, 12 de febrero de 2014

De tu espalda cuelga mi mirada

        

















Boca arriba bajo la lúgubre luz de un electrodoméstico que iluminaba, si acaso, unos centímetros a la redonda y lograba dibujar la sombra de quienes pasamos cerca de ti. Un cigarro de recuerdos fortuitos, una botella de licor y el insomnio de aquellas noches. Sé que tu trabajo nunca fue fácil.
Verte disfrutar la noche, respirar sueños de otros, abrir caminos y fumar me hicieron perder el control. Eras bella, alta, pelo negro, suficiente para cubrir tu cara cuando miras al suelo; tus besos sabor a norte, ojos de estrellas, tu omnipresente aroma a flores y manzanilla, el cielo en tus manos. Sonrí­es y me derrito. Tú, mi soledad­. Tú, mi muerte. Y tus brazos, tus piernas largas, tu risa que apagaba las luces, tus gemidos apenas audibles, apenas suficiente para escuchar tu pregunta y contestar con la boca cerrada en tu sexo.

Es bueno volver a verte, aquí­ en mi paraí­so, donde habré de besarte aunque me muera. Rezaremos juntos lo que hemos aprendido en el umbral de tus orgasmos, gritaré a tu oí­do lo que he levantado en mi camino, me llevarás dentro, soy de ti, vivo en ti, moriré de ti, contigo. Dame un trago de lo que lubrica tu líbido, un trago de mi amor. Enciéndeme un cigarro, déjame quemar lo que te hace llorar, lo que te hace pensar que nadie te quiere, no importa que tenga que inmolarme. Déjame disfrutar tus espasmos, quédate quieta, ahí­ viene uno más... Así­ muchas veces, así hasta que no tengas fuerzas, hasta que se acabe el mundo, hasta que no haya muerte ni más allá, hasta que te estorbe el cielo para respirar.


Jamás nada me dio tanto alivio como irme al cielo contigo prendido de tus labios, prendido de tus abrazos fuertes. Me haces feliz. Instantes de ti se hunden en las grietas de mi corazón saturado por tu presencia y terminan alojándose en las marañas de mis recuerdos tibios. He visto la gama de colores que ofreces a cambio de esconderte bajo mis párpados cuando llueve. Ese despertar, ese ir a dormir, ir a morir, no hay manera de terminar. Hoy sólo lamento mi tragedia de no soñar contigo algunas noches, y es que me pierdo buscando rastros tuyos en las sábanas manchadas con tus orgasmos. Y es que tú no lo sabes, pero de tu espalda cuelga mi mirada y un par de alas que te harán volver aunque ya estés lejos.



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